#PremiosMIN para la independencia y la categoría de Antònia Font y Xavibo

La Unión Fonográfica Independiente UFI, la asociación sin ánimo de lucro de ámbito nacional que engloba mayor número y calibre de compañías musicales independientes, celebró ayer miércoles en el Auditòrium de Palma su entrega anual de distinciones. Ya van quince ediciones y a 2023 son veintiuna categorías para reconocer la valía musical y artística de esa categorización intangible pero al mismo tiempo muy valorable (¿cada vez más?): la independencia.

A las seis y media de la tarde arrancó el evento con la ya habitual alfombra roja, pues ya es un aderezo ineludible que no depende de géneros ni jerarquías. Por el alfombrado carmesí, tanto locales como visitantes. De fondo musical, cómo no, currantes: Monkey Doo swingeando como prácticamente nadie en las islas. Beneficios de haber dado ¿un millón?, ¿dos millones de conciertos?

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A la media hora escasa ya había un cóctel improvisado. Estaba en el programa, pero no hizo falta dar ningún sus: tras la alfombra y desde la calle la séptima planta del edificio se fue llenando de las figuras de la noche: las gentes que dedican su vida a la música. Músicos, promotores, periodistas, representantes, disqueros… Se oía música y se respiraba música. Y ya situados en ambiente, como de premios de la patronal de la independencia se trataba, y como se acumulaban las voces autorizadas, mejor preguntar y asegurarse: ¿Qué es la independencia? ¿Cómo se consigue? ¿Quién es indie y quién no? ¿Cuántas veces más habrá que redefinir el término «independiente» en este país tras vicisitudes ya históricas como, entre otras, la caída y desaparición de la venta de discos, la insustancialización de las discográficas, la burbuja de los festivales y sus cachés de ciencia ficción (sobre todo para los de fuera) o el actual ablandamiento del «sonido y actitud indies».

El presidente parecía tenerlo muy claro: para Miguel Ángel Sánchez, capitoste de UFI, «la independencia no es un sonido sino una inquietud creativa, la de hacer música. Cuando no está asalariada por una multinacional, es independiente. Sea montar un concierto, grabar un disco, montar una radio o hacer un podcast». Para otra voz autorizada, la del cantante de Urtain, periodista y colaborador esencial de esta revista web Julio Molina, «independiente no es más que otra etiqueta comercial. Mientras hagas lo que te de la gana lo eres. Alejandro Sanz podría ser independiente. Otra cosa es el uso concreto que se haga de esa etiqueta».

Desde La Puta Opepé, de siempre, no solo llegan discazos sino también clarividencia. Tanta que se podría considerar igualmente una obra de arte. Xino Arcade argumentaba «no es porque seamos abuelos, pero todo sigue funcionando de la misma manera: solo funciona con ilusión, con pasión y haciendo las cosas antes de que te las pidan. Y con que no le pidas dinero a nadie ya eres independiente. Si lo haces en tu casa o en tu local, eres independiente. Nosotros hemos editados muchos discos y seguimos siendo independientes. Tanto, que ahora sacamos cintas de casete, como en el 93». El Xarro De Las Calaveras apostilla: «Y si eres independiente, no lo dudes: seguirás siempre comiendo mierda. Si ganas dinero será para ti, y si lo pierdes será solo el tuyo».

¿Cómo se monta un grupo independiente? Álvaro García, voz y guitarra de los extraordinarios Biznaga, corrige: «El planteamiento está mal. Cuando montes una banda no tienes ni que preguntártelo. Móntala y punto. No quieras ser nada. Empezar una banda ya con un objetivo, vender discos, petarlo, es un problema». Argumentos concretos y directos también tuvieron contestación concreta y directa: en los años 80, 90 o en los dosmiles, cuando montabas una banda, con no estar en una multinacional ya bastaba para ser calificado de «independiente». Ese modus operandi ya no es causa-efecto a día de hoy. Alice Wonder sentencia: «Hazlo al revés: que te fiche alguien que sea indie. O inventa tu indie: autogestiónate todo. Porque en 2023 ser indie es trabajar con un equipo súperhumano que, si hace falta, se alía con las grandes, pero sin pasar a formar parte de ellas. Te apropias de sus herramientas pero las usas cuando quieres y sacas tu música como y cuando quieres».

Y como somos indies -o queremos serlo-, pero también somos ecuánimes, para acabar, la voz del sistema, de una de esas «grandes» señaladas por Wonder: Ana Valdovinos es la directora general en España de la compañía de venta de entradas multinacional Ticketmaster. Bajo su punto de vista, «hace años la música indie estaba reducida a unas audiencias muy concretas, pero hoy todos los artistas indies son muy conocidos o pueden serlo porque las redes sociales les impulsan y hacen posible conseguirlo. Y todo el mundo las usa. Entonces, ¿independiente? ¿Independiente de qué? ¿De las redes sociales, por ejemplo? Porque además, en Ticketmaster no vivimos de la venta de entradas de los cuatro, cinco o seis grupos más grandes, sino de la multitud de grupos pequeños que apoyamos. Porque además todos juntos tienen mucho más público que esos ‘grandes».

La gala

Tras la digresión, la concreción: pocos minutos después de las anunciadas nueve de la noche arrancó la quinceava gala de entrega de los Premios de la Música Independiente MIN. Fueron dos horas y cuartos largas, que de largo tuvieron solo dicho adjetivo aplicado a la duración. Hiperdinámica que no acelerada, constante en su ritmo alto de adjudicación de los galardones, en absoluto monótona, quien la condujo también mereció un premio: una Samantha Hudson como mínimo excelente, a menudo extraordinaria. Graciosa, inteligente, petarda, elevada, irreverente, culta, disciplinada o improvisadora, la mallorquina mereció corona y trono. Alguna de sus glorias fueron «Más escueto que un vaso de tubo, así es el indie en España», «Entre las mejores virtudes de la IA [Inteligencia Artificial] está que te pone a Ariana Grande a cantar ‘Paquito el chocolatero’. Y además, una IA no puede sentir lo que es una resaca», o señalar que la edición de este año ha alcanzado el hito de ser la que más mujeres nominadas incluye de su historia.

La mecánica de la ceremonia fue curiosa: se anunciaban las categorías en bloques de cinco, e inmediatamente después los cinco nombres de quienes harían la proclamación y la entrega. Si uno no recordaba dicho nombre o no conocía a la persona en cuestión, no había rótulo, cartel, imagen o proyección que lo recordara. De todas formas, yerro menor que no entorpeció nada ni a nadie. Por otra parte, lo brevísimo de los sucesivos agradecimientos también favoreció poder mantener el buen tempo. Daba la impresión de que si te girabas para ver a un famoso, al volver la cabeza te habrías perdido dos premios.